“A Dios rogando, y con el mazo dando” reza
el dicho popular, y como todo dicho popular tiene algo de razón. Aunque se usa
indistintamente en variadas ocasiones, y no siempre con tino, lo cierto es que
guarda algo de verdad.
Las acciones que componen la vida cristiana
podrían dividirse en dos clases, las pasivas y las activas. Las pasivas son
aquellas donde nos rendimos a la soberanía de Dios, esperamos en El, aceptamos
su voluntad, nos sujetamos y sometemos a sus planes, guardamos silencio y en
quietud aguardamos a su voz. Las acciones activas, por el contrario, implican
la iniciativa y voluntad participativa del creyente, orar, leer la Biblia,
congregarse, servir a través de un don, disciplinarse para mostrar un carácter
probo, etc.
Ambas clases de acciones son necesarias en
la vida cristiana para lograr un balance. Como dijo nuestro Señor, es necesario
hacer esto, sin dejar de hacer aquello. Por lo general se nos da bien aceptar
el lado pasivo, confesamos confiar en Dios, le aceptamos y esperamos. Pero
también es necesario el aspecto activo, disciplinarse, esforzarse, trabajar,
hacer algo al respecto, para que esa voluntad de Dios en la que tanto confiamos
se haga realidad en nuestras vidas.
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