EDUARDO VASQUEZ CARRASCO
La soberanía divina puede definirse como la continua intervención de
Dios “en todas las cosas creadas de tal manera que él las mantiene existiendo y
conservando las propiedades con que las creó; coopera con las cosas creadas en
toda acción, y dirige las propiedades que las distinguen para hacerles que
actúen como actúan; y las dirige para que cumplan los propósitos que les
asignó”[1].
El Antiguo Testamento enseña claramente estos tres elementos de la soberanía
divina, la preservación, concurrencia y gobierno de Dios sobre lo creado.
Esdras dijo en Nehemías 9.6, “Tú solo eres Jehová; tú hiciste los
cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo
que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas
estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran”. Asimismo, Eliú manifestó
en Job 34.14-15, “Si él pusiese sobre el hombre su corazón, Y recogiese así su
espíritu y su aliento, Toda carne perecería juntamente, Y el hombre volvería al
polvo”. Gracias a la preservación providencial de Dios el universo es
sustentado y las cosas pueden seguir existiendo, incluso el ser humano puede
seguir viviendo gracias al aliento que Dios le da en cada momento.
Con relación a la concurrencia de la soberanía divina, el Antiguo Testamento
enseña que Dios hace suceder muchas cosas que podríamos pensar ocurren
“naturalmente”. Job 37.6-13 dice “Porque a la nieve dice: Desciende a la
tierra; también a la llovizna, y a los aguaceros torrenciales. Así hace
retirarse a todo hombre, para que los hombres todos reconozcan su obra. Las bestias
entran en su escondrijo, y se están en sus moradas. Del sur viene el
torbellino, y el frío de los vientos del norte. Por el soplo de Dios se da el
hielo, y las anchas aguas se congelan. Regando también llega a disipar la densa
nube, y con su luz esparce la niebla. Asimismo por sus designios se revuelven
las nubes en derredor, para hacer sobre la faz del mundo, en la tierra, lo que
él les mande. Unas veces por azote,
otras por causa de su tierra, otras por misericordia las hará venir”.
Daniel 4.34-35 dice “Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis
ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y
glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por
todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada;
y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la
tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?”. Nabucodonosor
alabó a Dios cuando aprendió que Dios tiene control providencial sobre los
asuntos humanos.
Parte de la soberanía divina es el gobierno de Dios sobre el mundo,
es decir, que Él dirige las cosas a fin de cumplir con sus propósitos. El Salmo
103.19 dice “Jehová estableció en los cielos su trono, Y su reino domina sobre
todos”. Este gobierno providencial incluye todos los acontecimientos de la
historia que Dios ha ordenado que ocurran, ya sea que los revele a la
humanidad, o no.
Así, el Antiguo Testamento enseña que, aunque hay una independencia
entre la creación y el Creador; por ejemplo, en Génesis 2.2, 3 se implica que
Dios concluyó su creación; al mismo tiempo, se enseña el cuidado continuo que
Dios tiene de la creación. Al respecto, Bernard Ramm comenta “En el curso del
tiempo, con el Espíritu actuando en y por medio de la naturaleza, se cumplen
los mandatos de Dios. Las leyes de la naturaleza, bajo la dirección del Espíritu
Santo, hacen que se realice el plan de Dios, en el tiempo y por medio de un
proceso establecido”[2].
Esta soberanía divina tiene ciertas características, como por
ejemplo, que su causa final es la gloria de Dios mismo (Números 14.21), que se
reduce a sus propósitos, que son eternos, que son inmutables (Salmo 33.11), que
son libres Job 36.22, 23), que son eficaces (Isaías 14.27; 43.13), y que se
relacionan con todos los acontecimientos[3].
Otro aspecto a resaltar es que, en el Antiguo Testamento, Dios utiliza
mediadores a través de los cuales cumple sus designios[4].
Por ejemplo, “la Palabra de Dios”, el relato de la creación en Génesis 1.1 –
2.4a refleja claramente el poder de la palabra hablada de Dios. El Espíritu de
Dios también es asociado a los propósitos, voluntad y presencia de Dios, por
ejemplo en Isaías 30.1; 63.14; Salmo 104.29, 30.
Otra fuerza mediadora es la sabiduría. En Proverbios 1-9, la
sabiduría asume una personificación creciente, sus enseñanzas conducen a la
lealtad a Dios y a una vida abundante y próspera. Una cuarta fuerza mediadora
del poder soberano de Dios es “el ángel del Señor”. Esta relación entre el
ángel del Señor y Dios queda muy claro en Éxodo 23.20-22, “He aquí yo envío mi
Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el
lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas
rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él.
Pero si en verdad oyeres su voz e hicieres todo lo que yo te dijere, seré enemigo
de tus enemigos, y afligiré a los que te afligieren”.
Por último, debe mencionarse el efecto que esta enseñanza debe tener
en quien contempla la soberanía de Dios revelada en el Antiguo Testamento.
“Reconocer en verdad la soberanía de Dios es contemplar al propio Soberano. Es
venir a la presencia de la augusta ‘Majestad en las alturas’. Es tener la
visión del Dios tres veces santo en su excelente gloria”[5].
Job exclamó “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me
aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42.5, 6). Y el profeta
Isaías exclamó “…! Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de
labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis
ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6.5).
La contemplación de la soberanía de Dios en todas sus formas y
medios debe llevarnos a un santo temor, a una obediencia implícita, a una
entera resignación, a un profundo agradecimiento y gozo y a la adoración.
[1] Grudem, Wayne. Teología sistemática. pág. 328.
[2] Ramm, Bernard. En “Temas de la teología del Antiguo Testamento”.
pág. 57.
[3] Hodge, Charles. Teología sistemática, volumen I. pág. 381 – 389.
[4] Cate, Robert. Teología del Antiguo Testamento. pág. 86 – 90.
[5] Pink, Arthur. La soberanía de Dios. pág. 164.
No hay comentarios:
Publicar un comentario