EDUARDO VÁSQUEZ CARRASCO
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo de investigación
bibliográfica trata sobre la preparación del maestro cristiano. Con el término preparación
se da a entender las capacidades y habilidades que todo maestro cristiano
necesita, en el ejercicio de su ministerio, para poder ser efectivo en dicha
labor.
Asimismo, se presenta la preparación del
maestro cristiano desde dos áreas. La preparación desde el área espiritual y
desde el punto de vista técnico. Se describe cada área y analiza el tipo de
relación que debería haber entre ambas, en el ejercicio ministerial del maestro
cristiano. ¿Son áreas complementarias, la espiritual y la técnica? ¿Una actúa
en desmedro de la otra? ¿Utilizar una significa renunciar a los principios
rectores de la otra? ¿Tratándose del ministerio del maestro cristiano, solo es
necesaria la preparación espiritual? ¿Qué de las posturas “espiritualistas” y “profesionalistas” que
adoptan muchos maestros cristianos?
Se intentará dar respuesta a éstas y otras
preguntas. En resumen, se estudiará la necesidad de desarrollar ciertas
cualidades y habilidades que el maestro cristiano precisa para la
labor de su ministerio. Asimismo, se agruparán estas habilidades y cualidades
en dos grandes áreas, la espiritual y la técnica. Finalmente, se analizará la
relación que ambos grupos de habilidades deben guardar entre si en el marco del
ministerio cristiano de enseñanza en la iglesia.
1. LA PREPARACIÓN
ESPIRITUAL DEL MAESTRO CRISTIANO
El maestro cristiano se diferencia de otros
maestros o profesores en que desempeña una labor sagrada. El maestro cristiano
ejerce su ministerio en el marco de la iglesia y por lo tanto su labor es
eminentemente de carácter espiritual.
Esto significa que, no solamente sus
propósitos, sino también su tarea completa deben estar revestidos del carácter
espiritual que la Biblia
le demanda. En tal sentido, la preparación espiritual del maestro cristiano es
fundamental y no debe dejar de recalcarse.
Debido al grado de sofisticación que el
ejercicio ministerial del maestro cristiano ha alcanzado (con aulas, clases de
escuela dominical, listas de asistencia, pizarras, material auxiliar, horarios,
etc.) éste podría olvidar que su tarea tiene un carácter y un propósito
primordialmente espiritual, es decir, formar almas a imagen de Cristo.
El maestro cristiano, como su nombre lo indica,
es un creyente en Cristo, miembro del cuerpo de Cristo, que ha recibido el
llamado soberano de Dios al ministerio
cristiano. Por lo tanto, su labor entera (preparación, propósitos, etc.)
debería estar guiada por los mismos principios bíblicos que guían otros
ministerios cristianos como el pastorado y la labor misionera o evangelística.
El maestro cristiano debería tener en mente
evitar el profesionalismo en su labor docente y renovar el compromiso interno
que le demanda la tarea sagrada a la que Dios le ha llamado. Para tal fin, el
maestro cristiano debería tener en mente la cualidad del llamado que ha
recibido de parte de Dios y su propio carácter cristiano.
Para poder ejercer el ministerio de la
enseñanza en la iglesia, el candidato a maestro cristiano debería reunir por
los menos las siguientes cualidades. Ser un verdadero creyente, es decir, ser
convertido y haber aceptado a Cristo como Señor y Salvador; haber sido llamado
por Dios, es decir, asumir el compromiso y seriedad que el llamado divino le
demanda; y ser un creyente maduro, es decir, velar por un constante crecimiento
espiritual.
1.1 DEBE
SER CONVERTIDO
Puede parecer obvio y primarioso mencionar la
necesidad de que el maestro cristiano sea, realmente, cristiano. Pero muchas
veces las iglesias no se percatan de que es necesario que la persona que ocupa
un lugar como maestro dentro de la iglesia deba ser un verdadero creyente.
Ser maestro dentro de la iglesia comporta un
cargo de cierto prestigio y responsabilidad, y coloca a la persona que lo ocupa
en un lugar de preeminencia que le permite ser escuchado e influenciar sobre un
gran número de creyente. En tal sentido, la iglesia en su totalidad debe tener
cuidado de a quiénes da esa responsabilidad y privilegio.
Frecuentemente se recalca la influencia que la
personalidad del maestro tiene sobre las personalidades de sus alumnos. Es
necesario, por lo tanto, que la personalidad del maestro halla sido conquistada
y cambiado por Cristo a través de la experiencia de conversión.
Al ser la labor del maestro, una interacción de
persona a persona, y ya que los numerosos autores sobre pedagogía cristiana
recalcan que la huella que dejan los maestro sobre sus alumnos depende más de
la persona y no tanto de la lección, entonces se hace imperiosa la necesidad
que cada maestro cristiano sea un verdadero creyente en Cristo.
En consecuencia, debido al carácter del
ministerio didáctico (de influencia y poder sobre otros creyentes), se hace imperioso
que la persona que ocupa un lugar como maestro cristiano sea un verdadero
convertido. Esto implica haber oído el mensaje del evangelio de Jesucristo y,
persuadido por el accionar del Espíritu Santo, haber respondido con
arrepentimiento y fe a la invitación del Cristo resucitado.
El arrepentimiento implica convicción de pecado
y de juicio divino, es decir, certeza de una situación pecadora apartada de Dios
y su inmarcesible amor. También involucra la decisión conciente y clara (a
nivel intelectual, emocional y volitivo) de dejar el pecado y someterse a la
voluntad divina. Al penetrar el mensaje evangélico en el alma del pecador, éste
debe verse movido por su intelecto, emociones y voluntad, a dejar el pecado y
volverse a Dios. Es decir, ser consciente de ser un pecador y estar separado de
Dios, también sentir una compunción y aflicción profundas de pesar emocional y
la decisión firme y clara de cambiar el rumbo de la vida.
El segundo aspecto de la conversión es la fe.
Esta encierra una firme confianza en la acción salvadora de Cristo en la cruz y
la aceptación gozosa de la persona de Cristo como el Mesías enviado por Dios
para reconciliación.
El maestro cristiano debe haber pasado por esta
experiencia. Ya sea de forma súbita o progresiva, extraordinaria o cotidiana, el
maestro cristiano debe haber tenido un encuentro personal con Cristo y debe
haber sido sellado por su Espíritu Santo en espera de la culminación salvadora en
la eternidad.
1.2 DEBE
SER LLAMADO
El maestro cristiano deber haber sido llamado
por Dios para ejercer el ministerio de la enseñanza. La Biblia enseña que el
ministerio de la enseñanza ha sido dado a la iglesia al igual que otros ministerios,
como el ministerio pastoral, misionero, evangelístico, etc., por el Espíritu
Santo para la edificación de la iglesia. Y aunque el maestro no tenga una
función gobernante dentro de la iglesia, si comparte con los demás ministros la
tarea de edificar a cada creyente en las virtudes espirituales.
Así como sería impensable tener un pastor que
no haya sido llamado por Dios al frente de una iglesia, o un misionero sin
llamado al frente de una obra nueva, debería ser también imposible para la
iglesia tener a un hermano frente a una clase de escuela dominical sin haber
sido llamado expresamente por Dios para ocupar ese lugar.
Que el maestro cristiano tenga un llamado
divino es de vital importancia ya que esto significa haber sido equipado por el
Espíritu Santo con un don espiritual especial para ejercer tal tarea. Realizar
un ministerio sin tener el llamado y el don respectivo es desastroso. Muchas
veces el fracaso de la escuela dominical o de los programas de discipulado está
en que los lugares de los maestros son llenados, no con personas que tengan el
llamado divino para tal fin, sino siguiendo criterios más mundanos.
La iglesia debería promover entre los fieles el
conocimiento de los dones recibidos de parte de Dios en cada creyente. El
pastor debería tener por meta el que cada creyente sea conciente del don o los
dones dados por Dios y la consiguiente puesta en práctica de tales dones por
parte de cada creyente. Asimismo, cada creyente debería estar vigilante a la
voz de Dios a la espera de tener la certeza del ministerio al que Dios le
llama. El llamado de parte de Dios podría llegar a través de la exposición de la Palabra , o en un momento
de devoción personal, o a través de otros creyentes o circunstancias varias.
Cada creyente debería ser consciente que Dios
demanda un ministerio de cada hijo suyo. En virtud de tal convencimiento, los
maestros cristianos deberían ser aquellos llamados por Dios y equipados
espiritualmente para tal fin, además de gozar de la confirmación divina para el
ministerio didáctico a través del testimonio unánime de la iglesia.
1.3 DEBE
SER ESPIRITUALMENTE MADURO
Además de haber nacido de nuevo (y haber sido
justificado, santificado, adoptado, etc. por gracia divina) y de haber sido
llamado por Dios y equipado espiritualmente para el ministerio cristiano, el
maestro cristiano debe ser vigilante de su caminar diario en los asuntos
espirituales.
El hecho de que el maestro cristiano haya
nacido de nuevo y haya sido llamado por Dios, no lo exime de velar por su
madurez espiritual. Al recordar el carácter y propósito formativos que tiene la
labor pedagógica, el que el maestro cristiano se mantenga en constante
crecimiento y perfeccionamiento, es vital para el éxito de su tarea. En tal
sentido, el maestro cristiano debe velar por su perfeccionamiento espiritual en
las áreas del conocimiento, poder, comunión y santidad.
La santidad tiene que ver con vivir una vida
íntegra y consagrada a Dios. Como lo menciona el apóstol Pablo en Ro 6.11-14 “considérense muertos al pecado, pero vivos
para Dios”. Pablo resalta la dimensión humana de la santidad, es decir, la
responsabilidad por parte del hombre de hacer efectiva, cada día, la santidad
operada e iniciada por Dios al momento de la conversión.
Pero la Biblia también enseña que es responsabilidad de
cada creyente cultivar la piedad y el carácter cristianos. Dios santifica a
cada creyente, y cada creyente, tomado de su Señor, debe santificarse cada día
conscientemente. En otras palabras, la santificación tiene un aspecto pasivo y
otro activo. El pasivo implica dejar que Dios opere cambios esenciales en la
vida del creyente. El aspecto activo implica que cada creyente debe ejercitar
su voluntad para acercarse a la voluntad divina y cumplirla cada día.
La segunda área de crecimiento espiritual es el
conocimiento. Conocimiento es tener un claro entendimiento de la persona y obra
de Dios a través de la Biblia. Como
menciona Deu.6.6-7 “grábate en el corazón
estas palabras”.
El maestro cristiano debe velar también por
crecer en el conocimiento de la persona y obra de Dios. Y este conocimiento se
logra solamente a través de la
Biblia , el único testimonio autoritativo de Dios en la
tierra. Dios se reveló a la humanidad en forma suma a través de su Hijo
Jesucristo, y el único testimonio físico de este hecho es la Biblia.
En tal sentido, el maestro cristiano debe
esmerarse por estudiar profundamente la Biblia , haciéndose de los medios auxiliares que
sean necesarios para tal fin. Libros, revistas, cursos, capacitaciones, etc.,
todo debe ser aprovechado por el maestro cristiano para crecer en el
conocimiento de la Biblia, y en consecuencia, de Dios.
Una tercer área de crecimiento espiritual es el
poder. Con el poder se quiere significar el ejercicio de los dones
espirituales. Como lo señala el apóstol Pedro en su primera epístola “cada uno ponga al servicio de los demás el
don que haya recibido” (1Pd. 4.10-11). El maestro cristiano debe conocer,
practicar y perfeccionar el don o los dones espirituales que haya recibido de
parte de Dios.
Finalmente, el maestro cristiano debe crecer en
comunión con Dios, debe tener una relación íntima y personal con su Creador.
Como dice el autor de la epístola a los hebreos “acerquémonos confiadamente al trono de la gracia” (Heb. 4.14-16).
El cultivo de la oración privada, el tiempo
devocional, la alabanza y adoración públicas y privadas y la participación concienzuda
en el culto público, son prácticas fundamentales en la vida espiritual de todo
maestro cristiano. El maestro cristiano no debería subestimar estar prácticas
personales y colectivas de piedad, ya que le acercan a Dios.
Además, el maestro cristiano debe vigilar que
su crecimiento espiritual en estas cuatro áreas sean lo más uniformes posibles,
sin descuidar ninguna, y si detecta un estancamiento en alguna de estas áreas,
debería hacer esfuerzos por perfeccionarse.
2. LA PREPARACIÓN TÉCNICA
DEL MAESTRO CRISTIANO
La preparación técnica del maestro cristiano es
de vital importancia. Esta abarca el conocimiento de la técnica didáctica, los
métodos de enseñanza y el proceso de enseñanza – aprendizaje en general.
El maestro cristiano debe estar preparado en la
técnica de enseñar. Debe conocer los pasos del proceso de enseñanza –
aprendizaje y los fundamentos psicológicos y pedagógicos que subyacen a su
práctica docente.
La preparación espiritual no reemplaza ni hace
innecesaria la preparación académica. Ambas se complementan, y la segunda es
una consecuencia lógica de la primera. Si el maestro cristiano es consciente
que desempeña una función sagrada, que ha sido llamado y puesto por Dios para
enseñar, entonces se debe sentir normalmente movido y empujado a prepararse
académicamente para tener un ministerio fructífero.
La preparación académica no solo potencializa
la labor del maestro cristiano, sino que lo conduce al éxito ministerial.
Además, previene de caer en “espiritualismos”
malsanos. Basta
mirar al Maestro por excelencia para percatarse del lugar y valor que le dio
Jesucristo a la preparación académica. Haya sido formal o no, el Señor tuvo una
preparación que le dio pericia y éxito en su tarea de enseñar. Sus discípulos
no pueden hacer menos.
2.1 DEBE
CONOCER LA PSICOLOGÍA DE
SUS ALUMNOS
El maestro cristiano enseña a personas. El
proceso de enseñanza – aprendizaje se hace de persona a persona. Las
personalidades del maestro y los alumnos interactúan y se influencian
mutuamente en el salón de clases y más allá.
El maestro cristiano debe conocer las
características psicológicas, sociales, físicas y cognitivas de sus alumnos
dependiendo del periodo evolutivo vital en el que se encuentren estos. El
desarrollo humano implica que cada individuo debe pasar, conforme va creciendo
en edad, por variados periodos de desarrollo que se definen por necesidades y
retos específicos.
El cuerpo físico, la mente, las emociones, las
funciones cognitivas, la moral, etc. van cambiando y evolucionando conforme el
sujeto crece en edad. En la primera infancia (de 1 a 3 años de edad) los
principales retos son la adquisición del lenguaje, la motricidad y movilidad,
el desarrollo cerebral y el inicio de la autonomía y la socialización.
En la segunda infancia (de 3 a 6 años de edad)
es la época pre-escolar, los niños aprenden a asimilar las reglas sociales,
continúan desarrollando sus habilidades motoras y lingüísticas, y la
socialización, el control de emociones y el desarrollo del yo forman los hitos
más importantes de estos años. Mientras que la tercera infancia (de 6 a 11 años
de edad) se caracterizan por los retos escolares. La socialización fuera de
casa y de la familia, el desarrollo de la personalidad y el mejoramiento y
enriquecimiento de las habilidades cognitivas son los principales retos.
La adolescencia (que va de 11 a 20 años de
edad) comporta retos especiales. Pubertad, salud mental, conductas de riesgo e
inmadurez, y una vocación en formación son los temas sobresalientes. La adultez
temprana (entre los 20 a 40 años de edad) y la intermedia (entre los 40 a 60
años de edad) deben ser tenidas en cuenta como épocas de cambio también.
Deterioro de las funciones físicas, enfermedades crónicas, estrés laboral,
insatisfacción, problemas maritales, etc. son algunos de los temas que ocupan a
los adultos.
La adultez tardía (de 60 años de edad a más)
también tiene características distintivas que el maestro cristiano debe
considerar. Estrés social por viudez o jubilación, enfermedades y deterioro
físico, depresión, estrés y escasez económica son algunos de los asuntos que
ocupan a los gerontes.
El maestro cristiano debe estar enterado de los
principales hitos del desarrollo humano y entrenado para aplicar estos
conocimientos en el salón de clases. A cualquier mente medianamente informada
le queda claro que alumnos de diferentes edades y con necesidades diferentes
demandan metodologías variadas de enseñanza.
El maestro cristiano puede echar mano de libros
bien escogidos sobre el tema, cursos de capacitación, o incluso la observación
analítica de la vida misma para recabar información pertinente que le permita
adecuar su enseñanza a cada alumno.
2.2 DEBE
CONOCER EL PROCESO DE ENSEÑANZA-APRENDIZAJE
Con relación al entendimiento del proceso de
enseñanza – aprendizaje, hay varias teorías que buscan diseñar la estructura de
este proceso. Hay, sin embargo, dos perspectivas bien difundidas al respecto, y
el maestro cristiano haría bien en estudiar ambas y asimilar aquella con la que
se sienta más comprometido.
La perspectiva tradicional del proceso de
enseñanza – aprendizaje sostiene que el carácter del maestro es básicamente el
de un expositor del conocimiento bíblico, y se espera que este conocimiento por
si solo motive a los alumnos a operar cambios en su vida. En ese sentido, el
maestro es visto como una fuente de sabiduría y se limita la participación del
alumno a la recepción pasiva de información.
Desde esta postura, el interés del alumnado se
promueve por un sistema de recompensas y castigos. El objetivo final del
maestro es cubrir el material que tiene por delante sin prestar atención al
efecto que tiene en los alumnos. Por lo general el aula se acondiciona de
manera que permita la exposición activa del maestro de la información o
material que ha preparado, y los alumnos se sientan pasivamente a escuchar y
recibir la sabiduría del maestro, sin tener mayor participación. Esta filosofía
de enseñanza es la más difundida y arraigada, incluso en las clases de escuela
dominical de las iglesias.
Una segunda perspectiva, más actual, define el carácter del maestro como el de un
motivador que mueve a hacer decisiones y compromisos a partir de las verdades
bíblicas. En ese sentido, el maestro es un guía, que orienta a los alumnos a
participar activamente (autoaprendizaje), involucrando los saberes previos y
las habilidades propias de los alumnos.
Aquí el interés del alumnado se consigue
apelando a las necesidades de los mismos. Para tal efecto, es necesario el
conocimiento de las principales necesidades de los alumnos. El propósito del
maestro no es cubrir un número preciso de material, sino alcanzar un propósito
previamente definido en los alumnos. Ya sea que el material se cubra totalmente
o no, el maestro busca alcanzar el propósito definido para sus alumnos. Este
propósito tiene conexión con la satisfacción de las necesidades de los alumnos
y la aplicación práctica de las verdades bíblicas en las vidas cotidianas de
los alumnos.
El maestro cristiano debe estar consciente de
las diferencias de ambas perspectivas y comprometerse con una filosofía de
enseñanza definida o una combinación de ambas. El ideal es que el maestro
cristiano actúe con conocimiento de causa, se comprometa con una filosofía de
enseñanza, y sea consecuente con ella en su accionar docente.
El maestro cristiano debe conocer también los
pasos del proceso de enseñanza – aprendizaje. Estos son la exposición, la
repetición, la comprensión, la convicción y la aplicación. El maestro no
debería dar por terminada su tarea si no está convencido de haber alcanzado
cada uno de estos pasos.
La exposición tiene que ver con el conocimiento
de alguna verdad. Es brindar información, o descubrir información nueva. Es
adquirir un conocimiento. La repetición tiene que ver con el proceso de fijar
la nueva información en la memoria a largo plazo del alumno. Esto se puede lograr
con tareas apropiadamente escogidas y asignadas, que se acomoden al estilo de
trabajo del alumno.
La comprensión tiene que ver con la traducción
de la nueva información en nuevas actitudes y acciones específicas. Consiste en
trasladar la verdad bíblica a la realidad cotidiana del alumno. Consiste en
aterrizar las verdades eternas en el plano temporal de la vida cristiana. El
cuarto paso, la convicción, se refiere al compromiso de la voluntad del alumno
en el cumplimiento y puesta en práctica de las nuevas actitudes y acciones
ideadas, producto de la asimilación de las nuevas verdades. El maestro debe
apelar a la voluntad, y no solo a las emociones y pensamientos, de los alumnos
para asegurarse la puesta en marcha de lo enseñado.
El último paso tiene que ver con la aplicación.
Esta consiste en crear espacios y oportunidades para que los alumnos practiquen
lo aprendido. No es suficiente, conocer, asimilar, comprender y comprometerse,
es necesario que el maestro guie y acompañe a los alumnos en la ejecución de lo
aprendido. El maestro cristiano debería vigilar de que cada enseñanza suya
cubra estos cinco pasos del proceso de enseñanza – aprendizaje.
El proceso de enseñanza – aprendizaje puede compendiarse
en los siguientes cinco principios. Primero, el aprendizaje debe comenzar donde
está el alumno. El maestro debe conocer a los miembros de su clase lo
suficientemente de cerca para conocer su nivel de entendimiento y sus actitudes
presentes en la materia que es estudiada y debe enseñarles a la luz y en los términos
de su actual entendimiento y desarrollo.
Segundo, el aprendizaje está basado en el
interés. Por lo tanto el maestro al preparar su lección debe hacer planes
cuidadosos para despertar la curiosidad y estimular el interés de la clase al
comenzar la lección, dándose cuenta que hay poca necesidad de continuarla hasta
que tal interés se haya conseguido.
Tercero, el aprendizaje se basa en la
necesidad. Al preparar la lección, el maestro debería identificar especialmente
las necesidades de los miembros de la clase que puedan ser satisfechas por esa
lección particular. La materia debería entonces ser arreglada, y la lección
enseñada de tal manera que las necesidades sean satisfechas.
Cuarto, el aprendizaje toma lugar a través de
la actividad. El maestro al preparar la lección, debe hacer planes para
estimular la actividad con propósito de parte de los miembros de la clase. Esta
actividad puede ser mental, emocional o física, y debe ocurrir tanto dentro
como fuera de la sesión de clases. Se aprende mejor a través de la experiencia,
por consiguiente, cuando sea posible se debe dirigir la clase hacia
experiencias cristianas deseables.
Quinto, se aprende a través de la
identificación. El maestro cristiano debiera buscar encarnar los ideales de
Cristo de una manera atractiva y sabia de manera que su vida sea digna, e
inspire la imitación.
2.3 DEBE
CONOCER LOS MÉTODOS DE ENSEÑANZA
Algunos autores definen enseñanza como la
acción de trabajar, de acuerdo con los propósitos de Dios, para encauzar los
cambios que se operan en los alumnos por medio de las experiencias compartidas
con ellos. Algunos medios para cumplir con esta definición de enseñanza son los
métodos y materiales de enseñanza.
Aunque hay muchos libros técnicos y académicos
al respecto, que ilustran sobre el uso de métodos y materiales de enseñanza,
bien haría el maestro cristiano en seguir el ejemplo de su Mentor y explorar en
las páginas de los Evangelios, los métodos y materiales que el Maestro de
Galilea utilizó en su ministerio terrenal.
Jesucristo utilizó objetos de la naturaleza
para ilustrar y ejemplificar sus enseñanzas. Bien haría el maestro cristiano al
utilizar los objetos de la vida cotidiana de sus alumnos para dar luz sobre las
verdades que enseña. Las historias, en formas de parábolas, fueron quizás el
método por excelencia utilizado por Cristo para transmitir su mensaje. Estas
historias están ampliamente documentadas en los Evangelios y es harto conocida
la preferencia de nuestro Señor de las parábolas.
Las preguntas y discusiones también son métodos
válidos para lograr el propósito de enseñanza que se plantee el maestro. Las
conferencias, tal vez el método más conocido y utilizado todos los tiempos, es
también provechoso cuando se utiliza con buen juicio y discernimiento. Todos estos
métodos fueron igualmente utilizados por el Maestro en su labor educativa.
Entre los materiales que Jesucristo utilizó
durante su ministerio en Palestina encontramos el uso que hizo de Las
Escrituras, los asuntos de actualidad de su tiempo, el mundo natural, las
figuras del lenguaje, dichos sentenciosos, declaraciones concretas, etc., todas
ellas usadas con tino de acuerdo al auditorio y las circunstancias.
Una vez más, estos son solo medios,
herramientas, que debería tener el maestro en su repertorio para cumplir con
los principios que el proceso de enseñanza – aprendizaje precisa.
CONCLUSIONES
La preparación del maestro cristiano es un
requerimiento fundamental que se desprende del carácter formativo y sagrado que
tiene su labor pedagógica. Esta preparación debe ser espiritual y académica.
La preparación espiritual vela por el carácter
probo y piadoso del maestro cristiano. Este debe ser un verdadero convertido,
que haya pasado por la experiencia redentora del arrepentimiento y la fe.
Asimismo, todo creyente que ocupe un lugar en la iglesia de Cristo como
maestro, debe haber sido llamado y equipado por Dios para dicha labor.
El maestro cristiano es un ministro, un siervo
de Dios, y como tal debe hacer sido llamado soberanamente por Dios, y haber
sido equipado por el Espíritu santo para dicha labor. También debe velar el
maestro cristiano por su desarrollo espiritual en conocimiento, poder, comunión
y santidad. Nada puede reemplazar la preparación espiritual del maestro
cristiano.
La preparación
del maestro cristiano también abarca su capacidad técnica. El maestro cristiano
debe velar por su preparación académica. El maestro precisa conocer las
características psicológicas de sus alumnos, teniendo en cuenta el periodo
evolutivo en el que se encuentren.
También debe ser el maestro cristiano un
conocedor de las filosofías, pasos y principios del proceso de enseñanza –
aprendizaje. No por ser su labor, una tarea sagrada, va el maestro cristiano a
descuidar su preparación técnica y dejar este aspecto a la improvisación.
El maestro cristiano debería, también, armarse
de un buen número de métodos y materiales que le sirvan de herramientas para
alcanzar los propósitos que tiene por delante en su labor docente. En el
Maestro de maestro, tiene el maestro cristiano el ejemplo supremo de
preparación, excelencia y éxito ministerial que debe seguir e imitar.
Ambos aspectos de la preparación, el espiritual
y el técnico, no tendrían por qué estar divorciados ni separados. Ninguno va en
desmedro del otro. Todo lo contrario, se complementan y perfeccionan. Cultivar
ambos aspectos previene de caer en los “espiritualismos” y “profesionalismos”
que tanto daño hacen al ministerio eclesiástico. El maestro cristiano tiene la
demanda de lo alto y el clamor de las almas por mejorar su labor ministerial
con una preparación adecuada e integral.
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